Lectura fácil, Cristina Morales
12 mayo 2019
Esa música ya era dancísticamente interesante, a mí me estaba gustando el ejercicio. Tuve la sensación que tengo a veces de sentirme buena bailarina, una descubridora de posibilidades de acción. Sensación rara, esa. Pero Ibrahim estaba inquieto y asustado y un poco avergonzado, ya al parecer yo no conseguía transmitirle seguridad ni holgura. No te atrevía a tocarme, y cuando me tocaba lo hacía flojamente y con el exceso de precaución propio de quien nunca ha bailado o ha bailado poquísimo, ni siquiera en la verbena o en la discoteca. Cuando iba a tocarme pero un espasmo lo asaltaba y no llegaba a concluir el contacto, o cuando a consecuencia del espasmo me daba un manotazo, Ibrahim me pedía perdón. Esto del perdón es propio también de quien no suele bailar, pedir perdón cuando se produce un choque o un pisotón o una caída o un dedo penetra un ojo, o cuando se produce un tirón del pelo o se tocan los femeninos pechos o cualquiera genitales o culos. En lo que dura el perdón, busca la mirada del otro y a consecuencia de ello detiene la danza o la ralentiza, y habiendo perdonado, no recupera la velocidad o la intensidad de la danza hasta pasado un rato o incluso no la recupera jamás, con lo que bailar se convierte en una caricia aburridísima. Quienes sí solemos bailar solo pedimos perdón cuando los accidentes son considerables, y solo detenemos la danza (nunca la ralentizamos) si el accidentado detiene la danza, y si tú eres el accidentado solo detienes la danza (nunca la ralentizas) si te has hecho mucho daño, la temida lesión. Los que no suelen bailar también piden perdón cuando sienten que un paso o un gesto no ha quedado fluido, piden perdón por lo que ellos viven como una interrupción de la calidad del movimiento, y hasta piden perdón cuando no han provocado ellos los accidentes: al estirarle un brazo, hice crujir yo las costuras de la camisa de Ibrahim, y va el tío y me dice que perdón. ¿Perdón por qué? ¿Por ir vestido? Será que se están pidiendo perdón a ellos mismos por atreverse a bailar, por hacer esa cosa prohibida que es moverse sin ninguna finalidad ni utilidad capitalista. Eso pensé pero no se lo dije, porque también pensé que sería la primera clase de danza a la que iba Ibrahim en su vida, y puede que, a sus veintiocho años, hasta la primera vez que bailaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario