20 abril 2019

los anillos de plata vieja

mi madre cree que morirá pronto 
y por eso ha comenzado a darme sus anillos, anillos de plata vieja
que compró en grecia cuando yo tenía un año 
y ella veintitrés. 
mi madre cree que su vida se acaba, 
a pesar de que el doctor le asegura que está sana;
setenta y un años, tres empastes, una verruga quemada, una prótesis en el fémur derecho de la que aún hoy –un año después- se recupera con tristeza y andares cojos.
mi madre cree que morirá pronto porque su salud de hierro apenas trasciende y dejó de creer en doctores, recetas, tumores benignos que avisan pero no matan. sus horas se llenan de silencio y desgana, sin distracciones ni sed ni hambre. tan solo la inercia.
la inercia para las mañanas vacuas seguidas de tardes perpetuas, en el sofá del lado de la ventana. la inercia para otra noche de insomnio porque las pastillas ya no surgen efecto y ella, que era valiente, ahora le teme a la noche y a los pájaros y a la lluvia y a los niños traviesos que llaman al timbre de casa y luego se esconden en los portales.
mi madre le teme a todo y ahora, ahora es anciana y cree que morirá pronto. o tal vez ya está muerta y, por inercia, sigue viva y me señala la pequeña caja con sus anillos de plata vieja y me los muestra y dice que me los quede y yo me los pruebo y le digo que no, que son suyos, y ella dice que no,
que suyo es sólo el insomnio, la cicatriz corva de la cadera, los miedos. 
algún día suave.
mi madre piensa en su funeral y me cuenta detalles con fines pragmáticos:
ni flores ni música ni mucho menos un cura que hable
ni plegarias ni llanto ni mucho menos un duelo largo  
ni pena ni velas ni mucho menos viejos amigos que la han olvidado
mi madre me hace jurar que será ceniza antes que larva
prefiere la llama a la tierra helada
la inmediatez del fuego a la espera de los huesos sin carne
una urna pequeña
un recuerdo amable
un día suave
su voz tranquila narra un fin para el que está preparada
y yo miro los anillos de plata vieja en mis dedos blancos y le pido que por favor pare.
mi madre espera su día y reparte sus pocos bienes a primas, hermanas, a todo aquel que quiera escucharla.
“quédate, al menos, este”, me dice
“me lo compró tu padre un día nublado”, recuerda
“pasamos el día en la playa y nos perdimos de vuelta a casa”.
el anillo baila en mi dedo fino
mi madre lo mira y sonríe
yo lo miro y espero
“para cuando llegamos a casa, tú te habías dormido y yo aún era brava”.

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