mi madre cree que morirá pronto
y por eso ha comenzado a darme sus
anillos, anillos de plata vieja
que compró en grecia cuando yo tenía un
año
y ella veintitrés.
mi madre cree que su vida se acaba,
a pesar de que el doctor le asegura que
está sana;
setenta y un años, tres empastes, una
verruga quemada, una prótesis en el fémur derecho de la que aún hoy –un año
después- se recupera con tristeza y andares cojos.
mi madre cree que morirá pronto porque su
salud de hierro apenas trasciende y dejó de creer en doctores, recetas, tumores
benignos que avisan pero no matan. sus horas se llenan de silencio y
desgana, sin distracciones ni sed ni hambre. tan solo la inercia.
la inercia para las mañanas vacuas
seguidas de tardes perpetuas, en el sofá del lado de la ventana. la inercia
para otra noche de insomnio porque las pastillas ya no surgen efecto y ella,
que era valiente, ahora le teme a la noche y a los pájaros y a la lluvia y a
los niños traviesos que llaman al timbre de casa y luego se esconden en los portales.
mi madre le teme a todo y ahora, ahora es
anciana y cree que morirá pronto. o tal vez ya está muerta y, por inercia,
sigue viva y me señala la pequeña caja con sus anillos de plata vieja y me los
muestra y dice que me los quede y yo me los pruebo y le digo que no, que son
suyos, y ella dice que no,
que suyo es sólo el insomnio, la cicatriz
corva de la cadera, los miedos.
algún día suave.
algún día suave.
mi madre piensa en su funeral y me cuenta
detalles con fines pragmáticos:
ni flores ni música ni mucho menos un cura
que hable
ni plegarias ni llanto ni mucho menos un
duelo largo
ni pena ni velas ni mucho menos viejos amigos que la han olvidado
ni pena ni velas ni mucho menos viejos amigos que la han olvidado
mi madre me hace jurar que será ceniza
antes que larva
prefiere la llama a la tierra helada
la inmediatez del fuego a la espera de los
huesos sin carne
una urna pequeña
un recuerdo amable
un día suave
su voz tranquila narra un fin para el que
está preparada
y yo miro los anillos de plata vieja en
mis dedos blancos y le pido que por favor pare.
mi madre espera su día y reparte sus pocos
bienes a primas, hermanas, a todo aquel que quiera escucharla.
“quédate, al menos, este”, me dice
“me lo compró tu padre un día nublado”, recuerda
“pasamos el día en la playa y nos perdimos
de vuelta a casa”.
el anillo baila en mi dedo fino
mi madre lo mira y sonríe
yo lo miro y espero
“para cuando llegamos a casa, tú te habías
dormido y yo aún era brava”.
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