que estuve
con a. y, poco después, la noche que prometimos no pelearnos más, con s.
de habérselo
dicho, hubiera usado esta palabra:
como quien
observa de lejos y no siente nada
como quien
habla sin recordar detalles
como quien
reza inerte con las manos bien juntas esperando un milagro
estar.
de haberlo
sabido (él) me hubiera mirado incrédulo
¿era yo quien
le hablaba?
y hubiera
querido saber esos fragmentos que agrandan la herida y marchitan de negro y
ruido el pasado brillante:
cuántas
veces, dónde, por qué
quién de
todos la tenía más grande
¿era él
quien, furioso, golpeaba la pared blanca?
no −hubiera
fingido−, con ninguno de ellos encajé mis muslos abiertos
a la altura de sus bocas rosadas
no −hubiera
mentido−, a ninguno de ellos le pedí más rápido, más fuerte, más tiempo. más.
no −le
hubiera engañado−, ninguno de ellos susurró palabras nuevas que arquearon mi espalda
ninguno
y él (de
haber sabido fragmentos infames) habría dejado de golpear la pared blanca y
me habría apuntado con su dedo trémulo para decirme que puta, que egoísta, que
injusto, que punto y final.
¿era él quien
escupía fuego y sollozos?
¿era yo quien
recordaba las horas fuera de casa?
de habérselo
dicho hubiéramos iniciado una batalla estéril
mil días
brumosos
mil
disparos
mil
silencios
mil
despedidas fallidas
mil
reencuentros con sabor a sangre
una distancia
hecha de hielo y barro
cenizas sobre
despojos
despojos bajo
metal oxidado
otro capítulo
para arrojar a hienas hambrientas, a un pasado brillante
¿era él quien
suplicaba un descanso?
¿era yo quien
rogaba una pausa?
de haberlo
sabido (él) se hubiera marchado
tres maletas
de odio, rencor, raíces muertas
un puño
apretado
el último
reproche en el umbral de una puerta cerrada, el rellano en penumbras, la vecina
del quinto asomando:
"nena,
¿y ese portazo?"
"lo
siento, amalia. la culpa fue mía".
el piso vacío
la culpa fue
mía
las horas
ancladas
la culpa fue
mía
la foto de
grecia
la culpa fue
mía.
de habérselo
dicho no hubiera sabido, no hubiera podido, soportar las sombras ni el peso
la pena la rabia
la luz de la calle la risa de un niño la culpa la culpa la culpa
¿era yo
quien temblaba?
no le conté.
me quedé
callada y tragué saliva
me quedé
callada y vivimos tranquilos
lo veo
dormido, la almohada en el suelo, el pelo claro, la nariz fina. la foto de
grecia torcida
cuando despierta
pregunta qué miro
lo beso y
sonrío
peleamos
menos
amalia nos
regala sus tartas recién horneadas
los dedos nos
saben a crema
los labios a
calma
a. y s.
apartan la vista, si nos cruzamos de madrugada
¿soy yo quien
espera un milagro?
Hace escasos 5 minutos he leído esto en el blog de un amigo: «Pero lo que no vale una lágrima, cuesta un suspiro, ¿sabes su colega?», y se me ha erizado la piel de la espalda.
ResponderEliminarTras leer tu texto me ha venido de nuevo la frase a la mente y, esta vez, se me ha estremecido todo el cuerpo, valiendo el suspiro y la lágrima.
Siempre es un placer encontrarte por estos lares, Hilia.
P.S.: por si pica la curiosidad, este es el texto en el que se encuentra la frase: https://diarioperiodistico.wordpress.com/2019/03/20/la-subia-de-camaron/
me gustado lo de: "¡yo, que me he fumado treinta porros con él, y ahora ni me habla!".
ResponderEliminargracias por el link y tus palabras.