14 junio 2022

Taxi

Uta Barth

Le digo la dirección del museo al subir y aunque me he prometido no trabajar hasta llegar a la oficina empiezo a leer el correo en mi teléfono. Pero escucho que el GPS da indicaciones equivocadas y levanto la vista: deber tener dieciocho años, o no podría manejar, pero una diría menos. Le digo que el aparato anda mal. Dice que no, que es porque él programó antes otra dirección, y me pregunta si tiene que doblar. 
–Sí –le digo–. Agarrá por acá por Billlinghurst–. Y vuelvo a mi teléfono. 
–¿Hasta dónde voy por acá? –pregunta. 
Estoy apurada, me pone de mal humor no poder terminar de escribir el email, y además veo que no vamos por Billinghurst. 
–¿No sabés cómo ir? –me irrito. 
Pero entonces le veo la cara de asustado por el retrovisor, y me acuerdo de aquel otro chico que una vez me llevó, casi tan joven como este, al que en medio de un atasco infernal le pregunté cómo hacía para soportarlo y contestó, con una gravedad pasmosa: “A veces paro el auto y me pongo a llorar”. 
–Es mi primer día –me dice él ahora. 
–Mirá –me sale un tono maternal insoportable–, yo te puedo indicar, pero mejor paremos y programas el GPS con la dirección que te doy, así lo vas aprendiendo a usar. Igual te indico también. 
Se estaciona y le repito la dirección exacta. Resetea el aparato, se da vuelta y ya mirándome de frente, me pregunta: 
–¿Esto es Ciudad de Buenos Aires?

Casa se busca, Socorro Giménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario