27 noviembre 2020

supervisión

primero lo ve a él. le llama la atención su mirada, como si hubiera encontrado algo: un billete de cincuenta, un amigo que hacía años que no veía o una presa. esto es: una presa. ha girado el rumbo a escasos metros de ella y ahora retrocede, subido a su bicicleta y aminora la velocidad. teresa no puede evitar girarse también. a ella nada le ha llamado la atención en su vuelta a casa y siente curiosidad por lo que ha hecho que le hombre se diera la vuelta, de golpe. las miradas de ambos coinciden en la niña. una niña de siete, ocho años como mucho, columpiándose en el parque. la escena no tendría nada de especial si no fuera porque teresa no ve a nadie más, sólo a la niña, vestida de rojo y rosa, bien agarrada al columpio, ajena a todo. si tiene madre, padre, una hermana mayor o una prima, no están cerca, ni tan siquiera lejos. no están allí, con ella, vigilándola. le resulta inquietante, peligroso. también el hombre que se ha dado la vuelta y aminoró la velocidad, yendo en dirección al pequeño parque. todo esto lo piensa en apenas dos segundos, es algo instintivo, visceral. pero sigue andando, alejándose, de vuelta a casa, un viernes por la tarde, después de una semana muy larga y con la cena de esta noche aún por preparar. y esto hace: sigue andando. deja atrás a la niña en el columpio, deja atrás al hombre subido a su bicicleta y deja atrás el parque, pero su cabeza sigue anclada en el lugar. ¿debería ella también cambiar de dirección y retroceder unos pasos? ¿debería acercarse a la niña y preguntarle dónde está su madre? ¿debería comprobar si ha sido la niña quien ha llamado la atención del hombre? ¿debería preocuparse por si ha sido así? ¿debería dejar de imaginar catástrofes, por una vez en la vida? entra en el supermercado acalorada y saca la lista de la compra del bolsillo derecho del abrigo. huevos, zanahorias, leche, galletas de chocolate. del vino se encargaba sebastián. ¿debería haber hecho algo? 
al llegar a casa lee el mensaje de él avisándola de que llegará tarde por una reunión que se ha alargado a última hora. se enfada, aunque no está segura de si es con él o con ella. pone la televisión para escuchar alguna voz que la saque de su cabeza y comienza a cortar las verduras. cuando él llega, mucho más tarde de lo que había dicho, la mesa está puesta y el primer plato listo. 
–lo siento mucho –dice. 
–¿y el vino? 
–joder, lo olvidé. 
teresa resopla. 
–bajo ahora mismo. 
–déjalo. iré yo. 
–lo siento. me ocupo del resto en cuanto me haya duchado. 
teresa sale a la calle sin el abrigo, pero tampoco siente las ráfagas de viento ni mucho menos los seis grados. coje la primera botella que encuentra en la estantería, paga y sale de nuevo a la calle, aunque en dirección contraria a la de casa. su móvil suena quince minutos después. 
–¿dónde estás? –le pregunta él. 
¿cómo decirle que en el parque? que ha tenido que regresar al parque y comprobar si la niña seguía allí. ¿cómo decirle que, hace unas horas, vio a una niña sola y que ni siquiera le preguntó si su madre estaba cerca? no hay rastro de la niña. tampoco del señor. hay otros niños, eso sí. jugando y armando jaleo, todos acompañados de padres jóvenes que hablan entre ellos y recogen la merienda de las mesas. teresa da varias vueltas alrededor. nada. ¿es esto buena o mala señal? no sabría decirlo. la niña podría estar ya en su casa, sana y salva. o podría estar en cualquier otro lugar. prefiere no pensar en esta última posibilidad.
–voy enseguida –responde. 

ingrid y toni llegan a la nueve en punto. alaban la comida y les cuentan el cambio de trabajo de él y el posible ascenso de ella. brindan varias veces y durante los postres ingrid saca de su bolso la bolsita con marihuana.  
–hay que celebrarlo –dice alguno de los dos. 
–¡estupendo! –responde sebastián. 
los cuatro salen al balcón. en apenas un par de caladas teresa siente la cabeza pesada. pero vuelve a fumar cuando toni le pasa el canuto un poco después. alguien habla de una película que vio hace poco sobre alienígenas que invadían la tierra. escucha risas lejanas. alguien habla ahora de un amigo de un amigo que ha comenzado a practicar sexo tántrico. escucha más risas, esta vez estridentes y molestas. da otro par de caladas y luego un par más. siente mucho frío y también ganas de vomitar. 
–voy al baño –susurra. 
se lava la cara varias veces y vomita la cena y el vino en el váter. al rato sebastián llama a la puerta. 
–¿estás bien? 
teresa rompe a llorar. 
–¿qué pasa? ¿por qué lloras? 
pero ella niega con la cabeza y esconde el rostro con las dos manos bien apretadas. él la abraza y le acaricia el pelo. lejos de tranquilizarla ella siente que le falta el aire y se aparta. 
–es la niña –dice finalmente. 
–¿qué niña? ¿de qué niña me estás hablando? 
no consigue decir nada más. sebastián tiene los ojos enrojecidos y la expresión divertida, como si todo aquello fuera un sueño extraño y curioso. 
–venga, vamos fuera. te sentará bien el aire fresco. 
vuelven al balcón. teresa se sienta en un rincón. alguien le pregunta si está bien. alguien habla de irse un fin de semana de acampada. alguien le acaricia el brazo.
¿cuánto tardan unos padres en darse cuenta de que su hija ha desaparecido? ¿cuánto en ir a una comisaría y denunciar la desaparición? ¿cuánto tiempo hasta que alguna cadena se hace eco de la noticia y todas las demás comienzan a hacer un seguimiento minucioso y macabro? se levanta de repente y se dirige al salón. esta vez los demás se callan y la siguen con los ojos. teresa pone la televisión y va cambiando de canal hasta que encuentra uno en el que ponen noticias las veinticuatro horas. 
–¿qué haces? 
teresa sube un poco el volumen. 
–¿se puede saber qué te pasa hoy? 
ahora su expresión es seria y crispada. 
–tengo que ver las noticias. 
–¿justo ahora? 
–sí. 
–tenemos invitados. 
–lo sé. pero es importante. 
sebastián resopla, regresa al balcón y cierra la puerta con un portazo. ella se deja caer en el sofá y espera hasta que terminan los anuncios. nota la garganta seca, las manos sudadas y aún le pesa la cabeza. está nerviosa, cansada. si hubiera cambiado de ruta, si no hubiera tenido que pasar por el supermercado, ahora no se encontraría así e inmediatamente se siente culpable por tener un pensamiento tan ruin. 
ingrid y toni se van temprano. están incómodos y sienten que sobran. se despiden apresuradamente. aseguran que repetirán pronto, esta vez en casa de ellos. en la tele no se habla de ninguna desaparición de ninguna niña. teresa respira aliviada durante unos segundos, pero luego, en la cama, piensa que aún es muy temprano y que la noticia saldrá mañana a primera hora. imagina la primera noche de la niña, fuera de su casa, alejada de su madre, aterrada, tal vez muerta. apenas pega ojo en toda la noche y cuando lo consigue, a las tres y media, tiene una pesadilla recurrente en la que debe escapar de algo amenazante, pero sus piernas están paralizadas. 
sebastián sigue sin hablarle cuando coinciden en la cocina al día siguiente. ella le sirve café y luego le explica todo: la niña, el señor, su falta de reacción, sus sospechas, sus miedos. él parece que por fin la comprende y le acaricia el pelo. 
–puede que no sea nada. 
–¿cómo que nada? lo vi todo. vi la mirada de él. la niña sola. caía la noche y no había nadie más. 
él se inquieta: 
–¿por qué no hiciste nada? 
a ella le tiembla la voz. 
–no lo sé. no lo pensé. joder, no lo sé. 
miran las noticias juntos y luego dejan la tele puesta mientras recogen la casa y lavan los platos. apenas intercambian alguna palabra. por la tarde regresan al parque y se sientan en un banco cercano, en silencio, a la espera de ver a la pequeña. esperan media hora y otra más. a las siete, ya de noche, ella tiene tanto frío que propone volver a casa. él está de acuerdo, no sin dar un último vistazo antes. cenan poco. él pone las noticias, por si acaso, para zanjar el tema, pero ella le pide que apague el televisor. 
–¿lo ves? no pasó nada –dice él al rato–. seguramente la niña no estaba sola y el hombre ni siquiera la vio. 
teresa le da la razón sólo para que se calle. lejos de sentirse aliviada se siente un fraude y está enfadada consigo misma. no hizo lo correcto y eso le pesa demasiado. ¿qué clase de persona hubiera dejado sola a esa niña? se mete en la cama aún helada de frío y se aparta hacia un rincón cuando siente la mano cálida de sebastián acariciando su cintura. 

el lunes está de mejor humor. en el trabajo alguien ha llevado madalenas caseras y el jefe llama a primera hora para decir que está enfermo y que se quedará en casa. teresa pasa el día mirando destinos de viajes para semana santa y hablando con sus compañeros. alguien comenta que hizo mucho frío el domingo, otro que aprovechó para ordenar el trastero, otro pide la receta de las madalenas. ella ríe, escucha, asiente, incluso cuenta por alto la cena del viernes, aunque al hacerlo no puede evitar recordar a la niña en el parque. pero en el trabajo nadie sabe lo ocurrido: nadie sabe que continuó su camino sin hacer nada, nadie sabe que durante unas horas estuvo aterrada. nadie tiene ni idea de que se sintió culpable e irresponsable. mala persona. ahí sólo saben que es teresa, la traductora de la tercera planta, la que viaja de vez en cuando y no soporta el olor de cigarrillo. se siente a salvo, tranquila, puede fingir tanto como le plazca. sale a las seis. de noche. hace demasiado frío como para andar despacio, aunque los zapatos le aprietan los dedos y tampoco podría avanzar lo que le gustaría. desde hace horas sólo piensa en llegar a casa y quitarse los zapatos. pasa por el bar donde a veces desayuna, pasa por el centro comercial, por el puente y, finalmente, por el parque. esta vez es el camino que deseaba tomar. la ve enseguida. de lejos. la misma niña, el mismo anorak rosa, el mismo columpio. acelera el paso a pesar de los zapatos. mira alrededor. está sola. vuelve a mirar. quiere asegurarse de que está completamente sola. 
–¿dónde está tu madre? –le grita desde el otro lado de la valla de madera. 
la niña no la escucha. o la ignora. teresa abre la puertecita de la valla y entra al parque. siente que se le parará el corazón de un momento a otro. 
–¿dónde está tu madre? –repite más alto. 
la niña se asusta y deja de darse impulso en el columpio. 
–¿estás sola? ¿has venido sola? ¿y tu padre? ¿tienes hermanos? ¿dónde están? 
ahora le tiembla la barbilla, pero termina señalando hacia el otro lado de la calle. teresa desvía la mirada hacia donde apunta su pequeño dedo: una tienda de comestibles de las que abren veinticuatro horas, minúscula y mal iluminada. ni tan siquiera piensa que, si va hacia allí, la dejará sola de nuevo. no puede pensar en esto ahora. sale del parque, cruza la calle y se acerca a la tienda. tampoco ha pensado ningún discurso. bastará con señalar a la pequeña y decir que le podría pasar cualquier cosa, que qué clase de padres son, que deberían tener más cuidado. con eso bastará, no necesitará más obviedades. cuando está a punto de abrir la puerta destartalada ve a la mujer. en su falda, un bebé en pañales llora sin consuelo. la madre lo ignora porque le está gritando a alguien. al fondo de la tienda teresa divisa a un hombre que también grita y gesticula de forma airada. se queda parada, con la mano en el pomo. no sabe qué hacer. no entiende sus palabras, pero es suficiente con ver los gestos de ambos. en algún momento el hombre alcanza un paquete de arroz de una de las estanterías y lo lanza en dirección a la mujer. ella lo esquiva y los granos se desparraman por el suelo. teresa aparta la mano de la puerta y retrocede varios pasos, esperando que no la hayan visto. mira a la niña, seria y bien sujeta a las cadenas del columpio que se balancea arriba y abajo. respira varias veces antes de tranquilizarse y notar que sus latidos vuelven al ritmo habitual. vuelve a cruzar la calle, regresa al parque y busca el banco más cercano. se sienta y mira a la niña. ella le devuelve la mirada de vez en cuando, hasta que se acostumbra a su presencia y entonces se vuelve a impulsar arriba y abajo. teresa se quita un zapato y se masajea el pie derecho con los dedos. luego el izquierdo. vuelve a sentir frío, pero no se mueve. la niña comienza a canturrear. teresa saca el móvil de su bolso y le escribe a sebastián: “llegaré tarde. puede que mañana también”.

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