vivian greven
hablan de ella como si ya la conocieran. como si la tuvieran delante o estuviera a punto de llamar al timbre y meterse en su casa. hay algunas desavenencias entre ellos. por ejemplo: a jaime le gustaría que tuviera las piernas muy largas. y también saber si lo hace a menudo, especialmente con parejas. a irma le extraña.
–¿desde
cuándo te fijas en las piernas largas? –pregunta–. nunca me habías dicho que te
gustaban las piernas largas. yo pensaba que eras más de culos.
–y
soy de culos, lo sabes, pero puestos a pedir que tenga también las piernas
largas. no sé, se me ha ocurrido ahora, hablando del tema.
irma
se queda en silencio y mira la pantalla. no hay ninguna que la convenza
totalmente. jessica la intimida, vanesa es rubia. nada de rubias, ha dicho hace
un rato. bebi lleva unas botas de latex horrorosas que le impedirían fijarse en
cualquier otra cosa que no fuera ese trozo de plástico brillante y estridente.
–es
una profesional, jaime –continúa.– claro que lo hará a menudo y claro que lo
hará con parejas. con muchas, probablemente. menuda tontería.
–lo
sé. pero quisiera saber si le gusta hacerlo con parejas o prefiere sólo un tío
o le ponen más las tías. si hay parejas que la han aburrido soberanamente o si
ha repetido con otras.
–te
va a decir que le encanta hacerlo con todas. es más, te dirá que somos los
mejores y que nunca lo había disfrutado tanto como con nosotros. es probable
que finja dos orgasmos o tres para dejarnos convencidos de que somos unas
bestias y volvamos a llamarla pronto. se dedica a esto, cariño.
–se
me están quitando las ganas. lo pintas como un mero trámite.
–para
ella lo será.
jaime
hace click para pasar a la página tres.
–¿y
esta? –señala a diana. pelo castaño, morena, ojos oscuros, metro setenta y
seis, 95c. en la foto aparece arrodillada encima de una cama con sábanas de
estampado floral y las piernas ligeramente separadas. “salvaje y exquisita”,
reza el anuncio.
–no
está mal –dice.
–a
mí me parece muy guapa.
–sí,
es mona.
–y
tiene un cuerpazo.
–bueno…
jaime
gira la cabeza y mira a irma.
–todo
esto fue idea tuya. si no te apetece, no lo hacemos.
–no,
no. yo quiero hacerlo.
–¿seguro?
por tu entusiasmo diría que…
–seguro.
quiero hacerlo.
irma
vuelve a mirar a diana. probablemente no se llama diana, sino lourdes o mari
carmen. lo que más le llama la atención es que se le note la marca superior del
bikini. una marca casi imperceptible que le cuenta que diana no tiene reparos
en aparecer sin sujetador en una web que ofrece sus servicios sexuales, pero no
en la playa. se lo mencionaría a él, pero teme que el comentario se desvíe de
la conversación y le vuelva a preguntar si está convencida de todo esto.
–diana,
sí– dice con una emoción fingida–. diana me gusta. además, no lleva tatuajes.
se
besan y ella nota la erección de él, otra vez. en tres minutos, cuatro como
mucho, él se habrá corrido y le susurrará, entre jadeos, que ha sido
fantástico. ella le acariciará la espalda, se limpiará y esperará a que entre
al baño para terminar a su manera.
hace
tres años que se conocen. un amigo les presentó en una cena y esa misma noche
irma, con cuatro copas de vino rosado y un gintonic que no pudo terminarse, le
contó que no quería morirse sin haber hecho un trío antes. jaime, con tres
cervezas y un whisky doble, le respondió que una vez estuvo a punto, aunque al
final una de las chicas cambió de idea y nunca más volvió a darse la
oportunidad, ni con ella ni con las demás chicas con las que estuvo, que
tampoco fueron muchas, no te creas, matizó enseguida para que irma no se hiciera una idea equivocada de él. también le contó que acababa de
conseguir un nuevo trabajo, que le gustaban las novelas policíacas, los perros,
la carne poco hecha, el frío y que si quería tomar una última en su casa. ahora
viven juntos, en la casa de jaime. irma se mudó poco después. tiró todo lo que
no le gustaba mientras él la veía trajinar de una habitación a otra, tranquilo
y con la impresión de que aquello iba a salir bien. se entienden, esto es
cierto. apenas discuten y cuando lo hacen suele ser por tonterías, de forma que
el enfado dura apenas unas horas. las reconciliaciones terminan con sexo, como
la mayoría de parejas que aún pueden, y saben, solucionar sus diferencias sin
hablar mucho. él está, en general, contento. le gusta su trabajo, le gustan los
domingos tranquilos en casa, le gusta incluso la madre de irma, que nunca se
entromete en sus vidas y los llama sólo una vez a la semana para saber cómo se
encuentran. ella está, en general, aburrida. le inquieta tanta
estabilidad, que los sábados toque, invariablemente, lavadora y supermercado,
los domingos canalones y que jaime vaya a ser su pareja para el resto de sus
días plácidos. sabe de sobras que diana no será la solución, pero puede que sea
un parche, un aliciente, algo que se salga de esta rutina en la que están
sumergidos, algo que se salga de los tres, cuatro minutos. ocho, si las cosas
van bien. diana. tienen a la chica, pero aún no han decidido cuando.
el
comienzo de la semana los catapulta a reuniones, emails que esperan respuesta,
presupuestos que deben ser aprobados, yoga para irma a las seis y curso de
narrativa para jaime a las siete y media. cuando llegan a casa se cuentan su
día brevemente, sin nada especial a destacar. el profesor de jaime le ha dicho
que su último cuento está bien, salvo el final, que es previsible y flojo.
–¿me
lo dejarás leer? –pregunta ella.
–ya
lo leíste –responde él–. es el de la mujer que pierde una pierna.
¿lo
leyó? no se acuerda.
–ostras,
perdona, es verdad. a mí me encantó.
se
meten en la cama a las once y se quedan dormidos cogidos de la mano, hasta que
uno de los dos se da la vuelta y estira un poco más del edredón para cubrirse
bien.
el
martes irma vuelve a meterse en la página donde la encontraron. le llama la
atención la pestaña de “novedades”. chicas que hace apenas un día o unas horas
han decidido colgar sus fotos y detallar sus medidas. aline, zoe, crystal.
todas adjuntan las tarifas que aplican para sus servicios, justo al lado de sus
fotos llamativas y provocadoras. ciento cincuenta para las nuevas. doscientos o
más las que llevan más tiempo. quedó claro desde el principio que no iban a
pedírselo a una amiga. tampoco conocían a ninguna que les gustara especialmente
para incluirla en su trío y cuando él mencionó a rita, irma se molestó. ¿en
serio la encontraba guapa? ¿a rita? ¿desde cuándo? ¡pero si era una tabla de
planchar! era mucho más fácil, convinieron, que fuera alguien que no mantuviera
ninguna relación previa con los dos, una desconocida que no les causara
problemas. una profesional que supiera donde se metía.
–o
sea, una prostituta –remarcó uno de los dos.
–eso
es. una puta.
en
la pestaña de “contacto” aparece un número de teléfono. irma lo guarda en su
móvil y escribe el nombre de diana. siente un ligero cosquilleo en el estómago
al hacerlo y comprueba que el mero hecho de imaginar el momento de llamarla la
pone demasiado nerviosa. cierra la página y le escribe un mensaje a jaime:
“¿qué
tal tu día?”
tarda horas en contestar y cuando lo hace ella ya no piensa en diana, en
él, ni en los tres, juntos.
la
menciona el miércoles cuando están cenando y él le propone de quedar el viernes
con unos amigos del trabajo.
–¿este
viernes, precisamente?
–sí.
¿teníamos otros planes?
–¿te
acuerdas de diana?
–¿quién?
–diana.
la chica de la web que miramos el otro día.
–ah,
sí, diana. claro que me acuerdo.
–apunté
su número. he pensado que podríamos contactarla.
–¿ahora?
–para
el viernes.
–¿sí?
–¿no?
jaime
deja la cuchara dentro del plato de sopa y sonríe.
–entonces
le diré a pablo que no nos va bien el viernes.
es jaime
quien lo hace. el jueves al mediodía, aprovechando la hora de comer. se
disculpa con sus compañeros. tengo que hacer un recado, dice, y entra en un bar
alejado de la oficina y pide un carajillo. escribe el mensaje que irma y él
pensaron la noche anterior, en la cama, después de que ella le pidiera que lo
hiciera él, que a ella le generaba inquietud. nada demasiado personal, escueto,
pero sin ser frío. “somos una pareja que está interesada en…”, le suena
extraño, como si quisieran alquilar un apartamento en la playa las dos primeras
semanas de agosto. ayer parecía correcto, pero hoy le suena artificial. lo
borra y comienza de nuevo: “hola, diana”. no, mejor no llamarla por su nombre
sin haberla visto antes. “hola, mi nombre es jaime”. no, tampoco. nada de nombres
personales. “hola. ¿estás libre el viernes por la noche?”. lo lee un par de
veces, sin estar convencido. demasiado brusco y directo. quizá debería darle
más información, incluir a irma en el mensaje para que no haya confusión sobre
sus intenciones. “mi pareja y yo quisiéramos conocerte”, continúa. no está mal,
piensa. ¿tal vez añadir que son una pareja normal? ¿discreta? ¿con ganas de
experimentar? ¿un poco pervertida? se quema los labios con el primer sorbo y
decide enviarlo sin pensarlo más. después se queda mirando la pantalla unos
segundos, como si diana fuera a contestarlo inmediatamente.
pasa
la tarde pendiente del móvil. irma lo bombardea cada diez minutos: ¿por qué le
ha dicho que le había gustado su foto? ¿no era evidente si la contactaba, precisamente
a ella? ¿todavía no ha contestado? ¿cree que habrá recibido el mensaje?
¿deberían recibirla vestidos? ¿desnudos? ¿en la cama? ¿ofrecerle algo para
beber? esta tarde no irá a yoga. sería incapaz de concentrarse en nada que no
fuera diana ahora mismo, le cuenta. a jaime le ocurre algo similar, aunque
prefiere no comentárselo a irma, por si acaso termina desanimándola y el plan
se va al traste. ahora que han comenzado hay que llevarlo a cabo hasta el
final, pero reconoce que se siente nervioso y que tanta antelación y
planificación, lejos de excitarlo, lo desinfla.
al
llegar a casa encuentra a irma arrodillada en la alfombra del salón, intentando
quitar una mancha de vino que hace años derramó uno de sus amigos en una fiesta
de cumpleaños.
–¿qué
haces?
–va
a pensar que somos unos cerdos.
–¿quién?
–¿quién
va a ser?
–te
estás obsesionando con todo esto, cariño. ¿crees que se dará cuenta de esta
mancha minúscula?
–bueno,
tú la estás viendo, ¿no?
–deja
esto, por favor.
jaime
le ofrece la mano para que se levante y ella obedece, un poco avergonzada, con
el rabillo del ojo clavado en la pequeña mancha encarnada.
durante
la cena él le cuenta la nueva idea que ha tenido para el final de ese cuento
que debe rehacer. está entusiasmado, se le ocurrió de la nada, mientras el
pesado de pablo le contaba que su hija ha comenzado a gatear y él hacía como
que estaba escuchando y… suena el móvil. acaba de llegar un mensaje. jaime se
calla y los dos lo miran, casi sin respirar. es ella, dice cuando alarga la
mano y lee el nombre de diana. abre el mensaje y se lo muestra a irma, que lo
lee en silencio dos veces.
–¿cómo
que no puede el viernes? ¡pues sí que está solicitada!
–quizá
tendríamos que haberlo hecho con más previsión.
–¿más?
¿necesitan tres semanas de aviso?
–no
lo sé. nunca he solicitado los servicios de una puta.
–no
hace falta que chilles.
–no
estoy chillando.
–bueno…
pues nada.
–bueno,
al menos propone de hacerlo el sábado en vez del viernes.
–¿a
las cuatro de la tarde?
–¿no
te va bien?
–no
es eso. es que me parece una hora rara para echar un polvo.
–hacer
un trío.
–ya
me entiendes.
–qué
tontería. todas las horas son iguales.
–no
sé, me había hecho a la idea de que sería de noche.
–le
podríamos decir para la semana que viene.
–¿y
esperar otra semana más?
–¿y
mirar otra chica?
–no
sé.
–qué
mierda.
–ya.
–bueno.
diana
llama al timbre a las cuatro menos cinco del sábado. jaime abre la puerta,
completamente vestido, e irma, detrás de él, la saluda con un gesto tímido con
la mano. es tal y como aparecía en la foto, aunque con el abrigo y el gorro
parece mayor y mucho más alta. él se afana a cogerle el abrigo cuando ella
se lo quita e irma le ofrece una copa: ¿whisky, un té, vino, un poco de agua? diana
niega con la cabeza. casi no se atreven a mirarla, mucho menos a mostrarle el
camino a la habitación donde han pasado la mañana ordenando y quitando las
fotos de sus vacaciones en grecia. la chica, sin embargo, se desenvuelve con
soltura. mira a su alrededor, alaba el buen gusto de la decoración, revisa los
títulos de los libros y cuando pasa por el lado de jaime coloca su mano sobre
el hombro de él. irma observa la mano de ella, pequeña y pálida, las uñas rojas
y redondeadas. casi puede notar su calor encima de su propio hombro y siente un
escalofrío que recorre toda su espalda. diana pregunta dónde está el baño y los
dos, al unísono, contestan: “al fondo a la derecha”. la miran alejarse por el
pasillo, incrédulos y embelesados. camina con pasos cortos, un poco insegura,
sobre unos tacones negros de diez centímetros. sus piernas son interminables y
el vestido ajustado, también negro, dibuja una cintura diminuta y un culo firme
y respingón.
–¿te
gusta? –susurra jaime cuando la chica ha cerrado la puerta con pestillo.
–sí,
sí. muy guapa. ¿y a ti?
jaime
asiente, se quita el jersey y se arremanga las mangas de su camisa. irma lo
mira unos segundos. le diría que esa camisa es vieja, que le queda estrecha y
debería tirarla, pero no quiere añadir más tensión al momento y diana sale del
baño casi de inmediato, sonriente y sin su minúsculo vestido. lleva un body
blanco, satinado, los zapatos de tacón altísimo y se ha recogido el pelo con
una coleta alta.
–bueno,
pareja, ¿por dónde empezamos? –pregunta.
jaime
se rasca la barbilla y no despega la mirada del suelo. irma mira por primera
vez a la chica que, sonriente, espera una respuesta a pocos centímetros de
ella. piensa que no hay retorno, que, llegados a este punto, mejor será dejar
el listón bien alto, hacerlo lo mejor posible, tener algo de lo que acordarse
en un futuro, así que con inusitada seguridad coge a diana de una mano mientras
alarga la otra hacia jaime y en completo silencio los tres se dirigen a la
habitación, escrupulosamente ordenada y aireada para la ocasión.
el
domingo comen con la madre de irma en un restaurante de las afueras. ninguno de
los dos tiene mucho apetito y la madre les recalca varias veces que parecen
cansados y ojerosos. irma comenta, de pasada, que jaime estuvo resfriado y que
luego se lo pegó a ella, pero que ahora están mucho mejor. jaime asiente y
corta un trozo de carne. un hilillo de jugo rosado se desliza por su barbilla
hasta caer encima del mantel. irma observa la mancha unos segundos y luego la tapa
con su dedo índice. también los nota más callados de lo habitual, más
ensimismados, pero deduce que se debe a este resfriado que no han terminado de
curar y no le da mucha importancia. no dice nada del olor. tampoco sabría
concretar de dónde proviene, ni qué olor es exactamente. una mezcla de sudor,
confinamiento y falta de higiene. la camisa de su yerno, observa, está muy
arrugada y el pelo de su hija luce enmarañado y graso.
–¿por
qué no me llamasteis? –pregunta la mujer.– podría haberos ayudado un poco estos
días. ¿necesitáis que os prepare un poco de caldo? podría llevároslo mañana a
primera hora –se ofrece.
irma
entorna sus ojos claros y dice que no, que ni hablar. enseguida suaviza su tono
de voz y le asegura que ya están bien y que no debe preocuparse tanto por
ellos.
–claro
que debo preocuparme. eres mi hija y jaime es mi yerno preferido.
los
tres se ríen. él lo hace de una forma exagerada y algunos comensales se giran
disimuladamente, sorprendidos por la risotada.
–en
serio, mamá, no hace falta. estamos bien.
–estamos
estupendos –sentencia jaime, por si había alguna duda.
cuando
el camarero retira los platos le piden que les ponga la comida sobrante en un
recipiente para llevar.
–apenas
habéis comido hoy –dice la madre.
salen
a la calle y se despiden con besos al aire y abrazos breves. prometen que se
llamarán pronto. en el coche irma pone música y tararea la melodía, distraída.
–no
tenías que haberle dicho lo del resfriado –dice él cuando se detienen en el
primer semáforo.
irma
lo mira desconcertada.
–es
lo primero que se me ocurrió –dice al rato.
–ya,
pero no hacía falta. bastaba con decir que tenemos mucho trabajo y dormimos
poco. como mañana se presente a casa…
–no
lo hará. le he dicho que no era necesario.
–ya,
pero no siempre te hace caso.
–por
dios, jaime, no seas paranoico. no lo hará. la conozco bien.
–no
grites.
–no
estoy gritando.
el
resto del trayecto lo hacen sin dirigirse la palabra. él conduce rápido, como
si tuviera prisa para llegar a casa y ella, lejos de advertirlo, repiquetea los
dedos sobre su pierna. al llegar al piso abren la puerta y avanzan por el
pasillo en silencio y a oscuras. jaime unos pasos por delante, sujetando la
bolsa de plástico que contiene medio filete crudo y los canalones que no se han
comido. apenas se escucha el ruido lejano del tráfico de la carretera más
cercana. se paran delante de la puerta de su dormitorio. por la rendija de
debajo de la puerta se cuela un rayo de luz dorado. dejaron la pequeña lámpara
de la mesilla de irma encendida y les tranquiliza comprobar que sigue
encendida. él coloca la mano en el pomo de la puerta y se gira para mirar a
irma que, con los labios apretados, asiente. gira el pomo suavemente.
–no
hagas tanto ruido –susurra ella.
abre
la puerta con cautela y asoma la cabeza.
–está
durmiendo –informa.
entran
de puntillas y retiran la bandeja con el desayuno. algunas migas de pan caen al
suelo. en su lugar dejan el filete y los canalones fríos. diana respira
profundamente, aunque tiene el rostro crispado y magulladuras en las muñecas.
irma observa una mancha húmeda en las sábanas blancas mientras jaime se acerca
a las cuerdas y las tensa con fuerza. diana se despierta sobresaltada e intenta
gritar. sus labios sellados con una cinta adhesiva impiden que nadie pueda escuchar
sus ruegos. se contorsiona con violencia y en vano. mira a irma, que yace a su
lado, con los ojos acuosos y muy abiertos. toda ella es una súplica para que la
dejen ir, para que la liberen. cuando la chica se cansa de
sacudirse, irma le acaricia el pelo con cuidado y besa sus muñecas.
–¿no
están muy fuertes? –le pregunta a jaime, señalando las cuerdas.
él
niega con la cabeza. también diana, aunque por motivos distintos.
–ya
sabes que no queremos hacerte ningún daño –susurra él, mientras desabrocha su camisa
arrugada, que cae a los pies de la cama, y acaricia el tobillo desnudo de la chica.
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